sábado, mayo 02, 2009

El 19 de Marzo y el 2 de Mayo, Benito Pérez Galdós


En EL 19 DE MARZO Y EL 2 DE MAYO, las intrigas cortesanas en que se ve envuelto Gabriel de Araceli trascienden del palacio a la calle y refuerzan el malestar popular y el odio al favorito Godoy, situación que culmina en el motín de Aranjuez, del que Gabriel es testigo, así como en los inmediatos sucesos que provocan la invasión de España por Napoleón y el ardoroso levantamiento de los españoles.

En esta tercera parada nos encontraremos con uno de los mejores episodios de esta Primera Serie (el mejor está por llegar). Esta vez Gabriel de Araceli ya no es el niño de Trafalgar que presencia los hechos, ahora toma parte activa en los hechos. Así primero participa en el Motín de Aranjuez del 19 de marzo, y luego se involucra en el Levantamiento del 2 de mayo en las calles de Madrid. Inés, por su parte, se ve obligada a convivir con unos familiares de su madre, los Requejo, personajes que bien pueden ser de los más odiosos creados por Galdós. Y luego giros inesperados… El destino del Párroco de Aranjuez estará unido al de Gabriel. La mejor parte del libro es sin duda el Levantamiento del 2 de mayo. Don Benito reflejó muy bien esta fecha clave en la Historia española. Es impresionante el fragor de la lucha encarnizada contra los franceses. Ninguna calle de Madrid escapa a esta batalla. Todo se acelera para llegar a un final grandioso. Os aviso que una vez terminado el libro, deberéis tener a mano Bailén, porque sólo querréis saber como continúa la historia.

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“Vengo traspasado de dolor. Allí sobre unas fétidas pajas, cubierto de sangre y pidiendo a voces la muerte, está el que ayer gobernaba dos mundos. Ni un alma compasiva se acerca a darle consuelo. Ayer cien mil soldados le obedecían, y hoy hasta los furrieles se ríen de su miseria. No creí que todo se pudiera perder tan pronto; pero ¡ay, hijo!, el hombre es así. Gusta mucho de las caídas, y el día en que un poderoso de la tierra viene al suelo siempre es un día feliz.”

“Cayeron algunos, muchos artilleros, y buen número de paisanos; pero esto no desalentaba a los madrileños. Al paso que uno de los oficiales de artillería hacía uso de su sable con fuerte puño sin desatender el cañón cuya cureña servía de escudo a los paisanos más resueltos, el otro, acaudillando un pequeño grupo, se arrojaba sobre la avanzada francesa, destrozándola antes de que tuviera tiempo de reponerse. Eran aquellos los dos oficiales oscuros y sin historia, que en un día, en una hora, haciéndose, por inspiración de sus almas generosas, instrumento de la conciencia nacional, se anticiparon a la declaración de guerra por las juntas y descargaron los primeros golpes de la lucha que empezó a abatir el más grande poder que se ha señoreado del mundo. Así sus ignorados nombres alcanzaron la inmortalidad.”

“¿Sabes tú lo que es el deber? ¿Sabes tú lo que es el honor? Pues para que lo sepas, oye: Yo que soy un viejo inútil, yo que nunca he visto un combate, yo que jamás he disparado un tiro, yo que en mi vida he peleado con nadie, yo que no puedo ver matar un pollo, yo que nunca he tenido valor para matar un gusanito, yo que siempre he tenido miedo a todo, yo que ahora tiemblo como una liebre y a cada tiro que oigo parece que entrego el alma al Señor, voy a bajar al instante a la calle, no con armas, porque armas no me corresponden, sino para alentar a esos valientes, diciéndoles en castellano aquello de Dulce et decorum est pro patria mori!”

“Sentí un estruendo horroroso, después un zumbido dentro de la cabeza y un hervidero en todo el cuerpo; después un calor intenso, seguido de penetrante frío; después una sensación inexplicable, como si algo rozara por toda mi epidermis; después un vapor dentro del pecho, que subía invadiendo mi cabeza; después una debilidad incomprensible que me hacía el efecto de quedarme sin piernas; después una palpitación vivísima en el corazón; después un súbito detenimiento en el latido de esta víscera; después la pérdida de toda sensación en el cuerpo, y en el busto, y en el cuello, y en la boca; después la inconsciencia de tener cabeza, la absoluta reconcentración de todo yo en mi pensamiento; después unas como ondulaciones concéntricas en mi cerebro, parecidas a las que forma una piedra cayendo al mar.”

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