domingo, mayo 03, 2009

Bailén, Benito Pérez Galdós


En BAILÉN, Gabriel de Araceli, repuesto de las heridas recibidas en la jornada madrileña del 2 de Mayo, es llevado por la trama novelesca a Andalucía, donde tiene ocasión de tomar parte en esta famosa batalla de la Guerra de la Independencia en la que los improvisados ejércitos de Castaños y los "garrochistas" andaluces derrotaron e hicieron capitular a los ejércitos franceses.


Cuarto Episodio Nacional. Aquí se describe de forma espectacular la batalla de Bailén, dentro de la serie es el libro más épico que he leído hasta ahora, donde más cobra protagonismo la Historia. Es impresionante como recrea la fuerza de los soldados españoles, y sobre todo, el amor hacia su país. El júbilo que sienten con la victoria ante las tropas napoleónicas.
La trama de los personajes que conocimos en las anteriores entregas sigue manteniendo el interés (incluso reaparecen personajes), y sigue siendo apasionante ver la evolución de los personajes, sobre todo la de Gabriel de Araceli. Es admirable la determinación que toma, su valor en la batalla, aquí ya se convierte en verdadero adulto. Además aparecen nuevos personajes como don Diego que aportan bastante a la historia.
El final en la línea del autor: impactante. Y con ese preludio de los hechos históricos que acontecerán que mantiene la intriga. Los pasajes finales que retratan la victoria en Bailén, el sentimiento de los españoles, los primeros de Europa en hacerle frente a Napoleón, son realmente hermosos. También me encantó la detallada descripción que hace de Córdoba y sus gentes.
Muy recomendable.

***

Se formó de lo que existía; entraron a componer aquel gran amasijo la flor y la escoria de la Nación; nada quedó escondido, porque aquella fermentación lo sacó todo a la superficie, y el cráter de nuestra venganza esputaba lo mismo el puro fuego, que las pestilentes lavas. Removido el seno de la patria, echó fuera cuanto habían engendrado en él los gloriosos y los degenerados siglos; y no alcanzando a defenderse con un solo brazo, trabajó con el derecho y el izquierdo, blandiendo con aquel la espada histórica y con este la navaja.

¡Oh!, esta sí que era batalla; esta sí que era lucha, señores. Su campo estaba dentro de mí, y sus fuerzas terribles chocaban dentro del espacio silencioso de mi pensamiento. ¿Cómo no atender a ella más que a otra alguna? El corazón, tirano indiscutible, agrandando inconmensurablemente las proporciones de mi batalla, la había hecho mayor que aquella de que tal vez dependían los destinos del mundo.


Les mirábamos y nos parecía imposible que aquellos fueran los vencedores de todo el mundo. Después de haber borrado la geografía del continente para hacer otra nueva, clavando sus banderas donde mejor les pareció, desbaratando imperios, y haciendo con tronos y reyes un juego de titiriteros, tropezaban en una piedra del camino de aquella remota Andalucía, tierra casi olvidada del mundo desde la expulsión del islamismo. Su caída hizo estremecer de gozosa esperanza a todas las Naciones oprimidas. Ninguna victoria francesa resonó en Europa tanto como aquella derrota, que fue sin disputa el primer traspiés del Imperio. Desde entonces caminó mucho, pero siempre cojeando.

¿Hemos de sobreponer el interés de los conjuntos lanzados a bárbaras guerras, al interés del inocente individuo que lucha a solas por el bien y por el amor? ¿Hemos de sobreponer el interés de la guerra, que destruye, al del amor que crea y aumenta y embellece lo creado? Reíos de mí; pero al mismo tiempo pensad en el modo de probarme que un corazón ocupa menos espacio en la totalidad del universo que los quinientos diez millones de kilómetros cuadrados de la pelota de tierra en que habitamos.

1 comentario:

felipe carmona dijo...

gracias por la informacion