jueves, junio 19, 2008

EL CAMINO de Miguel Delibes


Daniel el mochuelo intuye a sus once años que su camino está en la aldea, junto a sus amigos, sus gentes y sus pajaros.Pero su padre quiere que vaya a la ciudad a estudiar el bachillerato. A lo largo de la noche que precede a la partida, Daniel, insonme, con un nudo en la garganta, evocará sus correcías con sus amigos -Roque el Moñigo y Germán el tiñoso- a través de los campos, descubriendo el cielo y la tierra, y revivirá las andanzas de la gente sencilla de la aldea. La simpatía humana con que esa infantil nos introduce en el pueblo, haciéndonos conocer toda una impresionante galería de tipos y la fuerza con que a través de rasgos frecuentemente caricaturescos se nos presenta siempre netos y vivos es uno de los grandes aciertos de esta novela.Feliz evocación de un tiempo cuyo encanto y fascinación advertimos cuando ya se nos ha escapado entre los dedos.

El camino (1950) es la tercera novela que leo de Miguel Delibes y se ha convertido en mi obra favorita de él hasta ahora, y en uno de los mejores libros que he leído de la literatura española. Este libro es un reflejo de la España rural tras la postguerra. Como ha sucedido muchas veces en la historia de la literatura, no fue valorada esta obra en su tiempo (el manuscrito fue censurado por el régimen franquista en algunas partes), mientras que hoy se la considera una de las obras maestras del siglo XX español. Esta es sobre todo una novela de personajes, porque precisamente el mérito del escritor es desarrollar muy bien una galería extensa de personajes en unas 220 páginas, cada uno con sus propias historias. Y es que de la mano de Daniel el Mochuelo, vamos conociendo a cada uno de los peculiares habitantes del valle que tanto le entristece abandonar. Evocando sus recuerdos conocemos a sus amigos incondicionales Roque el Moñigo y Germán el Tiñoso, la entrañable niña Mariuca-Uca, la amable Micaela, el paciente cura don José, la implacable Lola, la Guindilla Mayor, Quino el Manco, el quesero… Todo narrado con nostalgia y a veces en el humor de la inocencia de la niñez Desde ahora es otro de mis libros de mi cabecera.

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“Y Daniel el Mochuelo recordó su sermón del día de la Virgen. Don José, el cura, dijo entonces que cada cual tenía un camino marcado en la vida y que se podía renegar de él por ambición o sensualidad, de forma que un mendigo podría ser más rico que un millonario en su palacio, cargado de mármoles y criados.”

" Pero a Daniel, el Mochuelo, le bullían muchas dudas en la cabeza a este respecto. Él creía saber cuanto puede saber un hombre. Leía de corrido, escribía para entenderse y conocía y sabía aplicar las cuatro reglas. Bien mirado, pocas cosas más cabían en un cerebro normalmente desarrollado. No obstante, en la ciudad, los estudios de Bachillerato constaban, según decían, de siete años y, después los estudios superiores, en la Universidad, de otros tantos años, por lo menos. ¿Podría existir algo en el mundo cuyo conocimiento exigiera catorce años de esfuerzo, tres más de los que ahora contaba Daniel? Seguramente, en la ciudad se pierde mucho el tiempo -pensaba el Mochuelo- y, a fin de cuentas, habrá quién, al cabo de catorce años de estudio no acierte a distinguir un rendajo de un jilguero o una boñiga de un cagajón. La vida era así de rara, absurda y caprichosa. "

“Algo se marchitó de repente muy dentro de su ser: quizá la fe en la perennidad de la infancia. Advirtió que todos acabarían muriendo, los viejos y los niños. Él nunca se paró a pensarlo y, al hacerlo ahora, una sensación punzante y angustiosa casi le asfixiaba. Vivir de esa manera era algo brillante y a la vez algo tétrico y desolado. Vivir era ir muriendo día a día, poquito a poco, inexorablemente.”





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